Se acabó. La Semana Grande de Sevilla ya se acabó. Cualquier otra semana del año se nos hace eterna a poco que se tuerza cualquier día, los días tardan en acabar y sólo estamos deseando que llegue el fin de semana.
Excepto en Semana Santa, cuando la vida dura 9 días, y a poco que nos descuidemos estamos pisando cera fundida en los adoquines, recordando cualquier instante vivido. Es una semana llena de momentos efímeros que tardaremos en olvidar.
Una semana que para mi, y como ya he dicho en otras ocasiones, es especial. No hay mas planes durante esos días que salir a fotografiar. No hay mas horario que el que debo cuadrar para ver tal o cual paso por esta u otra calle. No tengo mas preocupación que la de disfrutar de las Cofradías.
No suelo planear demasiado. Lo justo y necesario para saber a dónde quiero ir y cómo organizarme el día. El resto de los planes los dejo a la improvisación. Sé que a tal hora y en tal calle quiero hacer tal foto a tal cofradía. El esquema queda muy bien sobre el papel. Lo que yo no se es, que al ir de camino voy a toparme con un grupo de nazarenos que se dirigen sincronizádamente a su templo, con un padre que lleva de la mano a su hijo vestido de acólito, con un zaguán por el que asoma una túnica colgada esperando dueño. Mil detalles en cada esquina que a veces sin buscarlo, me encuentro. Es lo mágico de estos días.
Se acabó ya una semana que comenzó con dudas, con pronósticos que amenazaban días en blanco, con Hermandades que arriesgaron y vencieron, y otras que tuvieron que buscar refugio en su recorrido. Decisiones difíciles. Situaciones que demostraron que cuando se quiere, hay entendimiento. Cuando se necesita los pasos andan. Todo esto dió paso a una mitad de semana sin sobresaltos, con nada excepcionalmente reseñable salvo lo anecdótico. Buen tiempo, con temperaturas que bajaban súbitamente al caer la noche.
Aglomeraciones donde siempre, gente que se quejaba por la instalación de vallas y mucha amnesia que quizás impedía recordar a toda esa gente que aquellas vallas son fruto de las desproporcionadas masificaciones del pasado año que incluso impedían discurrir a las Cofradías con normalidad. Realmente tenemos lo que merecemos. Por eso cada vez disfruto mas del discurrir de una cofradía por calles en las que habita el respeto y el recogimiento. Calles donde a pesar de la gente hay holgura para el movimiento, donde no hay avalanchas cuando el paso para para hacer la mejor foto de la historia con un teléfono móvil, donde lo importante es Él o Ella y no sus costaleros, su banda o una revirá eterna.
Se acabó otra Semana Santa mas que tengo la suerte de disfrutar. Una Semana Santa llena de fotografías, cargada de horas robadas al sueño y la familia. Una Semana Santa en la que ha merecido la pena todo lo vivido.
Es momento ahora, de sentarse a recordar.